Fragmento de "Los últimos días de nuestros padres" de Joël Dicker
Cada semana desde noviembre, incansable, Kunszer iba a visitar al padre, con sus vituallas y su champán. Y comía con él, para asegurarse también de que se alimentaba. De su cocina seguían emanando olores deliciosos, porque el padre preparaba todos los días un plato para su hijo. Pero ni siquiera la probaba, se negaba: la comida del hijo, si el hijo no venía, no debía comerse. Así que los dos hombres, silenciosos, se contentaban con provisiones frías. Kunszer tocaba apenas la comida, pasaba hambre a propósito para que quedaran sobras y que el padre siguiera alimentándose. Después, deslizaba discretamente algo de dinero en la bolsa de provisiones. Los fines de semana, el hombrecillo ya no salía de casa. - Debería salir a tomar un poco el aire- le repetía Kunszer. Pero el padre se negaba. - No me gustaría que Paul-Emile llegase y no me encontrara aquí. ¿Por qué ya no me manda noticias? - Si pudiese, lo haría. Ya sabe, la guerra es difícil. - Lo sé...suspiraba-.¿Es un buen soldado? -El mej